Elena, a través de Whatsapp, recuerda y revive antes de una reunión en la oficina, en su despacho, la noche anterior en la que desvirgó a Diego. Buzzz.

Elena tiene una reunión en la oficina. Ha llegado temprano al despacho y como siempre se dispone a cumplir su ritual cotidiano: saborea un primer café a solas, sentada en su sillón ergonómico mientras sus ojos recorren blandamente el horizonte rosado de la ciudad a través de la ventana.

Pero hoy no presta atención a la panorámica, el excitante recuerdo de lo ocurrido anoche la tiene enganchada; se remueve en su asiento, se frota contra él, es como tener una legión de hormiguitas corriendo arriba y abajo por su cuerpo, y su vulva comienza a tensarse.

Echa un vistazo al reloj del móvil, todavía tiene media hora por delante, tiempo suficiente para enviar un WhatsApp y quien sabe, tal vez algo más.

Así que deja la taza de café, humeante como ella, en la mesa. -«Chico malo»- teclea al tiempo que se dibuja una sonrisa pícara en su cara -«me muero de ganas por repetirlo. ¿Quieres tú?»-

Apenas ha enviado el mensaje cuando el bzzz del móvil indica que acaba de entrar uno. -«Bruja, me lees el pensamiento. Estoy pensando en la noche de ayer, empalmado y con la polla más dura que una piedra. Me encantó que me desvirgaras. Dime que hoy lo haremos de nuevo»-.

-“Mono salido, no me provoques. Tengo reunión en minutos. ¿Estás en casa?”-

-“Sí”-, teclea él. -“En casa toda la mañana, disponible para ti si te aburres en la reunión”-.

Qué cabrón, Diego sabe que a Elena la encanta sentir la vibración del móvil en mitad de una reunión de trabajo, cuando ella no puede contestar, fría por fuera –la optimización de recursos en un contexto de disminución presupuestaria bla bla bla-  y caliente por dentro, cachonda como una perra en celo.

-“Estoy mojada, mano izquierda con móvil y mano derecha jugando. Ojalá estuvieras bajo la mesa. Luego más. Quiero tu culo”- escribe Elena.

Echa de nuevo un vistazo a la hora, 20 minutos para la reunión, tiempo suficiente para jugar con sus dedos fantaseando con los deliciosos juegos que compartirán Diego y ella con el nuevo arnés cuando llegue a casa.

Así que vuelan sus manos bajo la falda negra de lana ligera. Acaricia con los dedos de la izquierda sus muslos internos, enfundados en medias con liguero incorporado –qué gran invento- piensa mientras da las gracias mentalmente a quien se le ocurrió la idea, y separa con dos dedos de la derecha el tanga para introducirlos a continuación en su vulva.

Está más que mojada, se centra en su botoncito mágico y comienza a hacer círculos en él; piensa que su clítoris, minúsculo pene, es una polla erecta que tiene entre las piernas y que se clavará en el trasero de Diego como hizo ayer por la noche.

Puto perro, cómo le gustó. Tanto como a ella sentirle bajo su peso, arremetiendo contra él una y otra vez y escuchándole aullar de placer.

No han transcurrido ni tres minutos pero Elena ya siente llegar el orgasmo. Se abandona entonces por completo y tensa al máximo. El universo entero se concentra en su sexo y boommm estalla el big bang. Una, dos, tres, cuatro, diez, veinte… pierde la cuenta de las contracciones.

Suspira y siente cómo se va esponjando todo su cuerpo. Abre los ojos -¿en qué momento los cerró? piensa- y lleva los dedos índice y corazón a la boca. Saben bien. Sus labios dibujan entonces una sonrisa. Bebe un sorbo de café. Está tibio. Como ella. Tibia y blandita.

Se recompone la falda y echa un nuevo vistazo a la hora, satisfecha, hay tiempo para un segundo café. Entonces vibra de nuevo el móvil. “Eres puta droga dura para mí. Termina pronto esa jodida reunión y ven a casa, por favor. Te espero a cuatro patas loco porque me empales con tu rabo”. Ella sonríe de nuevo.

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