Como cada día, me dispuse a dirigirme a la oficina. Mi trayecto habitual, mis pasos de cada día, el transporte  público de cada trayecto, las mismas personas, en los mismos vagones peleándose por los mismos asientos.

Los cruces de miradas de siempre, compartiendo ascensor de acceso al andén del metro.

Relato La becaria

En las situaciones diarias es cuando se saborean miradas, gestos, labios, clavículas y rincones de la geografía humana. Un escote reflejado en el cristal, un pantalón ajustado adaptado a las nalgas femeninas, o el paquete masculino, ya sea apretado o colgando, manos estilizadas sujetándose a la barandilla, piernas cruzadas con deliciosos pies de uñas pintadas. Un roce, una sonrisa, y otra mirada.

Es lo bueno de ir a trabajar, en transporte público.

El día se avecinaba agobiante, estresante y caótico. Debía presentar a los nuevos becarios de la oficina a cada departamento.

Otro discurso repetitivo. Las mismas frases con la misma intención. Aburrir ilusionando a los nuevos fichajes con mentiras que nunca sucederán. Ni hay buen ambiente de trabajo, ni se les formará ni ascenderán. Se acabaran marchando como los cientos que han llegado.

Mientras me quedé embobado admirando los pies de una señora, -morenos, más bien dorados, estilizados con la curva del empeine perfecta y unos dedos cuidados, ese bulto erótico que provoca el tobillo- pensaba en por qué acababan todos los becarios marchándose sin despedirse.

Quizás mi empresa en realidad era una secta y hacían ofrendas con sus cuerpos. O los vendían, o se los comían. A saber de que forma se los comían, y no literalmente. Mis pensamientos viajaban en torno al guion de una película de serie B sobre el paradero de los chicos que he ido contratando para ayudar a l@s responsables de departamento.

Mis manos imaginarias continuaban jugando con los dedos de un pie de la señora sentada delante mío. Situación que se estaba convirtiendo en comprometida, la siguiente parada era la mía y mi miembro comenzaba a cobrar vida.

Notaba como mi polla crecía provocada por los pensamientos alrededor de esos tobillos femeninos que daban ganas de lamer. Adquiría ese tamaño que tanto me gusta obtener cuando voy caminando o estoy de pie – semierecta, pegada al muslo para notarla bien, dura pero sin levantarse del todo, y que mis boxers holgados dejaban libremente caer sobre el muslo.-

Camino con paso rápido el trayecto que hay desde la boca del metro hasta la oficina. No tengo tiempo en recrearme en los fugaces cruces de perfume y figuras, deleitándome con la tonalidad de la piel ni la forma que esconden leggins de piernas esbeltas. Hace frío, mi erección arremete con un final que noto húmedo de líquido preseminal.

-Sí, yo también mojo los calzoncillos.-

Espero llegar antes que los becarios. No tengo ganas de pasar entre ellos por el recibidor donde esperan, y sentir sus miradas nerviosas con ganas de agradar, o miradas tímidas huidizas necesitadas aprobación para dar un saludo. Quieren gustar para quedarse.

El viento raja mi cara marcada. Mis labios notan las agujas del viento haciendo que la fina piel se pegue. Paso la lengua por ellos para humedecerlos.

Tengo que darme prisa, los becarios irán llegando. Vuelvo a pensar en las convocatorias anteriores recordando situaciones en las que alguno llegó a mirarme el paquete y hasta hacerme proposiciones. ¡Estos veinteañeros!

Por fin llego a la oficina, algo acalorado. Mi temperatura corporal y la ansiedad por llegar han hecho que mi cuerpo emane calor. Liberando vapor de mis pensamientos impregnándose en la camisa.

Los chavales ya han llegado, forman un pasillo sentados en las sillas del recibidor sosteniendo posturas estudiadas y ensayadas mirando vídeos de influencers y coachs de la Marca Personal.

-Buenos días- Me responde el coro. Me sonríen con su mejor sonrisa.

El contacto de mi cuerpo con el nuevo clima hace que haya un intercambio de temperaturas provocando que mi piel se erice y disfrute con el roce de la camisa.

Me quito la chaqueta disfrutando el momento. Ese momento que ante el movimiento ágil el aroma mezclado con el cuello de mi piel y perfume L’Homme excita mi sentido olfativo.

He observado los nuevos becarios rápidamente mientras mis pasos firmes atravesaban el pasillo. Un nuevo hábitat de feromonas bien vestidas, cachas, pantalones holgados, otros ajustados dejando notar bultos generosos. Caras con perillas, barbas rasuradas y pieles tratadas con leche, o crema. Peinados de último grito que imagino que son bien agarrados por sus parejas y amantes.

Me da un latigazo la cabeza. Con efecto retardado tengo la visión de que entre todos los becarios había una becaria.

Vuelvo con descaro para confirmar lo que creo que he visto. Mi mente pervertida y caliente quizás deambula a su aire por pabellones antiguos cuando la oficina tenía equilibro entre mujeres y hombre. No como ahora que solo hay testosterona, ya que la empresa se dedica a la logística y los jefes no quieren féminas por el tema de los camioneros. Aún recuerdo aquel rudo camionero que me invitó a la cabina de su tráiler.El hombre y la becaria relato

Sí. Una becaria. La he buscado con la mirada en la luminosa sala donde recibimos las visitas. La joven de negros rizos que adornan su graciosa cara blanca. Rizos elásticos y ágiles como ella, colgando ante dos ojos negros que mueve con elegancia. Vivos. La boca generosa en forma y grueso de los labios. De mentón pequeño que se me apetece morder y sostener con los dedos índice y pulgar. Coqueta de aspecto, con una elegancia que no es acorde a la edad que intuyo que tiene. La camisa blanca, bien abotonada, excita mi mente por la seriedad que transmite. Se me antojan unos pechos medianos, generosos en su forma redonda que no tienen miedo a la gravedad. Detecto entereza y que domina situaciones difíciles, como la de la sala, el resto de becarios, algunos, comiéndosela casi con las manos. Se la comen con la mirada, pero yo he imaginado manos por su piel lechosa y tersa de carne prieta. Y mi descarado interés en ella que habrá notado.

Los chicos me miran esperando alguna orden de pasar a alguna sala para la entrevista o cualquier comentario. Noto alguna mirada de deseo, o de querer trabajo.

Me excita la situación con la chica y sus miradas, y el olor de la sala.

Vuelvo a mi despacho para repasar los currículos. No he intercambiado ni palabra con ellos. Siento calor, acomodo a un lado mi pene húmedo, descapullado. Me lamo los dedos. Sonrío.

Es verdad. En que estaría pensando cuando el Director me pasó los currículos y les eché una ojeada para conocer sus perfiles y leí Lucio en vez de Lucía.

El discurso era el mismo de cada 6 meses. Que buenos somos en la empresa, que grandes somos, cómo os cuidamos, que hay que trabajar mucho, superar situaciones de estrés, enfrentarse a situaciones con clientes y transportistas cabreados teniendo que afrontarlas con mano izquierda. La mitad estaréis bajo el mando del responsable de expediciones y la otra mitad bajo la responsable comercial.

Les hago pasar a la sala de reuniones mientras sus aromas envuelven mezclados mi nariz, a la vez que les doy la mano. Unos la aprietan, otros la dejan flácida. Unos quieren dominar, otros ser dominados. La becaria, Lucía me ofreció su mano para que yo fuera a buscarla. Quería dominar la situación haciéndome ir mi mano a la suya. Disfruté sintiendo su cuerpo cerca. Pero más disfruté al percibir el sabor en mis ojos de una parte de su piel, entre dos botones que ondeaban esa zona de tela que deja escapar a la vista algo de su pecho.

No, no es como en las películas. No me miró seductoramente, ni cruzó las piernas, ni ofreció sus pechos en un gesto de adelantar el cuerpo sobre la mesa, ni nada por el estilo. Pude ver sus torneadas piernas envueltas en un pantalón clásico de vestir coronadas en su final por unos bonitos zapatos.

Mientras les explico cómo funciona la empresa, sus respectivos departamentos y fugazmente las tareas, observo sus expresiones y miradas atentas. Si me fijo en algún becario en concreto remarcando un mensaje me desconcentro. Si miro los labios y la camisa de la becaria, Lucía, me pongo nervioso y pierdo el hilo. Me sumerge la sensación de la mente en blanco, balbuceo. Respiro hondo.

Hace calor en la sala de reuniones. Siento calor, ellos están aún con las chaquetas puestas. La sala embriaga con ese vapor que no se ve oliendo a cerrado. Se les nota incómodos. Miro el reloj que observa desde la pared nuestros minutos de paja verborrea, mensaje fácil, que no llego a creerme, a la vez que voy imaginando a los becarios en diferentes situaciones.

Hoy vienen todos guapos, guapa, limpios y con sus mejores galas. No saben aún lo que sus cuerpos van a sudar dentro de esas garitas llenas de papeles como si no hubiera pasado el tiempo desde los años 80. Archivadores metálicos grasientos que escucharán la presión de las conversaciones telefónicas de voces entrecortadas y diálogos ásperos. Sus cuerpos mojados deberán presentarse ante responsables y camioneros de dudosa mirada.

Lo peor es imaginar a la becaria en esas situaciones, rozándose con el mobiliario pringoso, sumisa a las órdenes de sus responsables. Con la camisa blanca pegada al cuerpo blanco sudoroso. Su temperatura caliente y la rojez de los pómulos después de broncas por teléfono. Camioneros que repasan su cuerpo como si fueran manos, robustas de dedos anchos.

-¿Qué pensará de esta experiencia Lucia?, ¿Cómo la afrontara?- No durará dos días -Estaré pendiente de un buen seguimiento. Me preocupa, pero también tengo el deseo voyeur de disfrutarla en la distancia.

-Necesito hacerme una paja-

Entra el director, para presentarse fugazmente. El barrigón entra por delante acompañado de aroma revenido y aceitoso. Acercarse a él es como entrar en una mini cocina dónde las freidoras hace años que no las han limpiado. El director se fija en cada uno detenidamente después de saludar, con la respuesta en coro, melodiosa, deseando agradar con esa musicalidad que dice «quiero gustar y quedarme». Sale como entró.

Llevo a la manada a sus respectivos puestos, oficinas -garitas- para presentarles a la vez a sus responsables. 6 me los llevo a Logística para que conozcan a su responsable de expediciones y las mesas dónde caerán lágrimas de impotencia ante las situaciones laborales. En este grupo va Lucía, la becaria.

Hace frío en la nave de expediciones. Los becarios, dan la mano a Ernesto que no les para atención. Ernesto quiere productividad, atención a las salidas de producto y que no hayan quejas, reclamaciones ni incidencias. – Imposible- río a mi adentro. Mientras se produce el encuentro, intercambian algunas palabras vacías, yo noto el roce de mis pantalones envolviendo mis glúteos. Supongo que la bajada de temperatura hace que mi piel sienta todo desequilibrio.

Joven becaria gateandoMiro a Lucía. Guarda entereza y sus labios besan nerviosismo. Tiene los labios cortados como yo. Ernesto busca mi mirada para hacerme un gesto levantando las cejas cuestionándome qué hace una becaria en logística. Me encojo de hombros como respuesta.

Me viene a mi mente perversa la imagen de Lucía con sus pechos apoyados en la mesa y Ernesto embistiendo desde atrás sus blancas nalgas que se mueven como flanes. Deseo ver los pies de Lucía.

Vuelvo a la sala de reuniones para acompañar al resto de becarios ante Ágata, la responsable comercial, en la otra punta de la nave. Deparo en los becarios – me falta uno – pregunto y me dicen que el director ha llamado al que falta, aun no se conocen sus nombres, para hablar con él en el despacho.

Me apresuro para buscarlo. Se me va a acumular el trabajo. Vuelvo a sudar. Mientras cruzo oficinas y departamentos con diferentes músicas, puertas cerradas y abiertas, observando poses, posturas, me llegan olores de perfumes que se clavan en las fosas nasales, entre saludos, sonrisas y miradas vacías.

Entro sin llamar en el despacho del director y me quedo frío, para inmediatamente subirme una oleada de calor recorriendo mi columna vertebral, desde el coxis hasta la nuca. La postal, la fotografía con la puerta sin abrir del todo, y la bocanada de colonia barata y aceite es del director con las manos posadas en la cabeza del becario, y éste, sentado en la silla haciéndole una mamada. El becario con los ojos cerrados, su boca llena de carne, palpando los huevos colgantes del director. Semidesnudo, dejando ver parte de sus nalgas que seguramente antes fueron manoseadas por el director. Observo las piernas blancas del director, flácidas con los pantalones por los suelos aún rodeando los pies. Me hace un gesto con la cabeza de que salga, una mirada imperiosa de que le deje a solas.

Sabía que el director tenía perversidades y que disfrutaba de situaciones sexuales por toda la empresa, pero desconocía que también disfrutaba con los de su mismo sexo. Me ha calentado ver esa boca dulce masculina envolviendo hasta la base de la polla del director.

Vuelvo a por el resto de becarios, caliente con una semierección. Pienso en la boca de Lucía. Les balbuceo algo similar a -acompañadme- pues la situación ha hecho acelerar mi riego sanguíneo sumado a tener que ver a Ágata con su aspecto de dominatrix. Seria, recta, inflexible y toda una serie de adjetivos que cuando entran en uno de mis pabellones mentales, esas habitaciones donde compongo situaciones morbosas y perversas, sumado a las imágenes que voy recordando durante el día sobre situaciones y conversaciones, monto un teatro para mi deleite y vicio. También me recuerda a esas señoras que visitan la tranquilidad de puertas en edificios, ofreciendo un panfleto sobre la salvación y el reino de Dios. Puro morbo.

Me llama Ernesto por el móvil. Otro problema. Si me llama es que hay un problema. Tengo la tensión acumulada de todas las situaciones vividas en estas pocas horas que llevo de día. Mi humor y serenidad va disminuyendo, sudo, hormigueo en la nuca. Olores que no soporto. Arriba y abajo. Escaleras, personas, solicitudes y órdenes. La boca de Lucía.

Llego donde está Ernesto, al inframundo de la empresa, donde el calor moja y el olor es acre. Desde la distancia, a través de los cristales, como si de una pecera se tratara, veo a Ernesto gesticular efusivamente con el móvil pegado a la oreja. Lucía sentada en una mesa con pose confusa y de pasividad forzada en un primer día de trabajo.

Ernesto solo me dice – A ver si apuntas bien el número de botas para estar en planta- Se marcha de un portazo. Miro a la becaria con cara de desconcierto. Y me explica que no era su número de botas de protección. Necesita un numero menos para que le sujete bien el pie. -Necesito el 37- me dice. Puedes imaginar su altura.

Hago que me acompañe con un gesto típico con la mano, ese ademán de seguridad y orden. Le hago pasar por diferentes espacios de trabajo, de cargas, de personajes de libro o novela grotesca. Le repasan cada centímetro de piel con la mirada. Me giro para observarla disimulando que quiero asegurarme de que me sigue. Bailan bajo su camisa blanca dos redondeces medianas pero poderosas. Su boca, ensaliva de nervios, mira a un lado y a otro desviando miradas con forma de pene, o de otras herramientas, o de otras escenas.

Llegando al almacén de la ropa de trabajo, el almacén de todo lo que nadie sabe dónde almacenar, un conductor se acomoda el paquete mirando a mi becaria y me guiña el ojo.

Hago pasar a Lucía al almacén. Paso detrás de ella intuyendo que un aire frío ha recorrido sus curvas y figura, entrando entre botones nacarados y tela húmeda, al ver cómo se abraza ella misma como si quisiera protegerse, encogiendo sus hombros. -Hace frío- le digo. Ella me mira con cara preocupada- un poco-.

-Espérame aquí que voy a buscar tu número-.

-Ok- Piel pálida y mirada preocupada.

Vuelvo con su par de botas de protección, del 37. Se las doy y hago el gesto de que salgamos.

-Espera, quiero probármelas antes-. Me dice.

Posa sus redondas nalgas envueltas en el clásico pantalón de vestir, sobre un fardo de cajas para descender su torso y hacerse con los zapatos, sacárselos y con sinuosa parsimonia quitarse unos divertidos calcetines finos.

Veo, observo, saboreo, en la distancia del respeto, unos dedos largos y elegantes. Uñas bien cuidadas. Ese empeine fino, pálido, de piel suave, que se lame con toda la lengua, con toda su amplitud bien húmeda. Dedos que dan ganas de masturbar con los labios. Un tobillo para besarlo poco a poco y ensalivarlo.

Imagino mis dedos enmarañados entre sus rizos negros, mi cuerpo erguido, tenso de placer, viendo el nacimiento de sus nalgas, donde la columna se convierte en surco donde posarse y lamer. Palpo su camisa húmeda de humo corporal y agilidad de movimiento con la nuca y los músculos de las mandíbulas que absorben mi ser. Imagino esa boca dulce, roja, de labios lascivos y gruesos, rodeados de piel pálida, balbuceando saliva más que palabras, mientras sigo en sus rizos de carbón. Me recorre electricidad desde los pies, a pesar del olor a cualquier cosa que hacen por aquí los trabajadores del turno de noche.

Vuelvo a la realidad, observando ese típico gesto de pasar los dedos por la planta de los pies antes de ponerse unos nuevos calcetines algo más gruesos. Me mira, sonríe. Sonrío.

 

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