Nuestras miradas se cruzaron a la vez que nuestros labios hacían el amor, salvaje, alternándonos, dejábamos llevar nuestro sentimiento básico y primitivo. Esos ojos grandes me iluminaron. Vi, más bien me mostró su excitación y ansiedad de entregarse y recibir. Deseaba ser poseída me decía su mirada cálida pero a la vez no podía evitar sacar su temperamento y verdadero rol, aunque jovencita, dominante y animal, la niña carnívora y depredadora, la pantera. Soy una víctima. Víctima de mí mismo, de la tentación de ese placer. De vivir la experiencia, de ir a cazar y ser cazado. Me reflejé en sus ojos viendo un chico ya mayorcito disfrutando de los placeres morbosos y sensuales de la juventud, lo prohibido, siendo yo ahora parte de ella.

Continuaban los besos adolescentes, el magreo, mis manos recorriendo sus curvas, escaneando cada centímetro de su piel sobre la ropa. Traspasando a mis envites y dedos la pasión y el salvajismo que me contagiaba estar con tal piedra preciosa del arte amatorio, del arte sensual y sexual.

Le acorralé contra la pared, se dejó. Mis manos se posaron en sus costados y mi lengua empezó a rozar, lamiendo el perfil de sus gruesos labios, mordí, ella cerró sus ojos, levantó la mirada, volvió a cerrarlos. Comencé a subir y bajar, con mi húmeda lengua por su cara, salivándola, noté como se tensaba y arqueaba el cuerpo. Su cuerpo apretado por el mío, bailando con mis embestidas como si la estuviera penetrando. Me apodere de su barbilla entre mis dientes. Clavó sus uñas en mis hombros. Estaba en éxtasis. Levantó la cabeza lentamente clavando sus ojazos en el techo, en el cielo. Mordí por delante su cuello, con mis labios, clavándolos como si de dientes se tratara.

– no sigas por ahí – susurró, gimió.

Continué lamiendo todo su cuello. Mordisqueando. Clavó sus dedos en mi nuca. Descendí atrevido hasta el nacimiento de su escote, delimitado por el cuello de la camisa, aroma juvenil y fuerte del perfume. Mis poros diferenciaban esos dos aromas quedándose con el juvenil. Le apreté contra mi cuerpo para poder clavar mis colmillos en ese cuello sensual, a la altura de la nuca.

– por favor no más, no sigas o no voy a poder parar, nos estamos pasando – balbuceó, sin intentar oponerse.

La bolsa que llevaba por pantalones, casi caída, me dejo disfrutar de la panorámica de sus redondas nalgas desde arriba, con ese hilo que se hundía. Seguía follándola en la imaginación. Esa visión me hizo ponerme más salvaje, sacando mis más primitivas necesidades, contagiado, a la vez contagiando, por ella, a ella.
Mis manos se fueron a esas preciosas curvas, las colinas del sur, tersas y suaves, amelocotonadas, dejándose notar en sombras el vello sensual de la piel del melocotón. La escasa luz que entraba por las rendijas hacía la escena más tremendamente sensual y sexual en todos los sentidos.

-apartándome las manos me dijo – no por ahí no, sigue besándome, penetra mi boca y hazte con ella.

Me excitó aún más el obtener una barrera tan increíblemente joven. La imaginé virginal e inocente. Comenzó ahora a devorar mi boca y violármela. Fiera, rugiendo y gimiendo, como si le fuese la vida en ello. Mis pelos se erizaron, la piel en su más puro estado de excitación pudo tocarla y sentirla, cosa que hizo abalanzarse sobre mí con más salvajismo y determinación, quería matarme del placer carnal de los labios y platónico de su ser y su cuerpo. Me empujó sobre unas cajas y metió su mano en mi pecho velludo, clavando sus uñas, buscando mis pezones, mientras su lengua comulgaba con la mía en la danza de lo pervertido y prohibido. Mis manos se quisieron apoderar de esos pechos hermosos, turgentes y cálidos, vaporosos desprendían aroma femenino. Otra vez sus manos me lo impidieron.

– pórtate bien – me dijo al oído mientras su lengua entraba en él y mordía mi lóbulo – estas bien duro

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