Nos habíamos trasladado al edificio nuevo, en frente mismo de donde vivía. Excitaba mi mente ansiosa de aventuras la idea de tener vecinos nuevos, producto de la reunificación y reordenación del barrio debido a la aluminosis. Mi gozo en un pozo, si antes vivía en un octavo dando pie a coincidir en el ascensor con los vecinos donde el 90% era gente mayor, ahora iba a vivir en un primero con parking donde no iba a coincidir con nadie. Aunque antes en mi antiguo bloque volviendo de borrachera bien entrada la mañana al más puro estilo de Gabriel García Márquez había tentado a alguna casada cuarentona sin más éxito que su interés por el ?chafardeo?.
Pero tenía un nuevo bloque enfrente, también rellenado con familias de aquí y de allí. Un día me fije en aquella chica. Desde mi balcón no podía acertar ni en edad ni en belleza, pero aquella forma de andar deportiva, la altura y esbeltez sazonada con el chándal hizo que llamara mi atención y activase el interés por cruzarme con ella.
Una tarde sucedió. Nos cruzamos. 1.71 de altura, pelo largo, labios gruesos como fresones, piel morena pero pálida, ojos grandes, un cabello entre ondulado y liso, esa chica deportiva que se cuida pero siempre va con chándal, morado por cierto. Entre 19 y 20 años, jugadora del equipo senior de básquet de un importante club en mi ciudad. Nos cruzamos la mirada, no se porque me miro, yo si se por que la mire a ella. Despertaba mi más voraz apetito depredador, masculino, y en esos días no podía quitármela de la cabeza. Pasaron los días sin volver a verla. No relatare las veces que nos cruzamos o la vi en la parada esperando el bus para dirigirse al entrenamiento. Lo único que se podría escribir serian los pensamientos y sensaciones al admirarla, intentando encontrar su mirada, pero no es este momento de filosofías sensuales sobre el deseo y excitación que provoca una chica de tal calibre.
Aquel martes de suerte al entrar a mi portal estaba esperando ella el ascensor, nos miramos por enésima vez, su mirada penetrante me invadió notando sus pestañas por todo mi cuerpo y cada centímetro de mi piel haciéndome cosquillas. Mis pupilas se dilataron. Iba con su chándal morado. A pesar de vivir en el primero espere el ascensor después de saludarla y ella agachar la mirada ante tan descarada observación por mi parte, sonriente pero sonrojada.
– a que piso va? ? me preguntó.
– Al 7º – respondí nervioso.
– Que bien yo también voy al 7º – aquí tuve suerte en parte, haríamos todo el viaje juntos. Para mi era un viaje mientras admiraba esa tersa piel, imaginándola suave, ver de cerca lo morena y pálida de su tez pues a parte del cuello era lo único que podía saborear con mis ojos.
– Vienes de entrenar? Yo jugaba a basket -intenté intimar.
– Si, y estoy echa polvo, me duelen los pies, la entrenadora nos ha machacado- se quejó.
– Pues cuando yo jugaba me hacia unos masajes en la planta de los pies que iba genial ? -espeté con picardía.
– Un día podrías hacerme uno.
– Si quieres te lo hago ahora en mi casa.
– Venga
– Me llamo Sergio
– Yo Susana
Me clavó un beso en la mejilla diciéndome
– ya puedes picar al 1º en vez del 7º que alguna vez te he visto en el balcón
– vaya no sabia que me espiabas
– yo a ti no pero tu a mi si
– que hábil eres niña
– no lo sabes tu bien, señor
– ten cuidado como pronuncias
– por que?
– Porque tienes una boca preciosa ? -se volvió a sonrojar esta vez fijando su mirada en la mía.
Volvimos a bajar, entramos en casa. Le invite a que se pusiera cómoda. Se quito la chaqueta de chándal, quedándose en manga corta, descubriendo unos brazos suavemente fibrados. Unas líneas semi-marcadas en los músculos dándole un toque erótico, sensual por la juventud, la piel y los músculos.
– siéntate en la cama y quítate las bambas y calcetines, voy a por aceite.-
Cuando volví estaba de pie, de espaldas a mí, con la camiseta, sin bambas ni calcetines pero también sin pantalones, llevaba unas pantaletas, entre culotes y pantalón deportivo. Admire esa curva que tanta felicidad daba a mis hormonas y neuronas eróticas, esa curva que penden de las caderas, redondas, asomando por los pantalones, el comienzo de las nalgas que soportaban la gravedad ellas solas. Sentí ganas de agarrarlas, morderlas, chuparlas y lamerlas, jugar con mi lengua entre ellas, sobre ellas, pero se giro y me pilló.
– nunca has visto jugadoras de basket?- me interrogó.
– Si, pero hace tiempo, cuando hacia de entrenador.
– Y como se te daba? ?- preguntó con mirada picara
– El que? – intente entrar en el juego.
– Entrenar? – me dribló.
– Tenía muy buen equipo. – jugué
– Seguro que te hacían mucho caso. – canasta de 3.
– Jejeje, eran muy buenas.
– Ya me enseñaras trucos y jugadas ? -machacó.
– Te hago el masaje?
– Venga.
Se tumbó a pesar de que podía estar sentada. Yo me acomodé en la silla de despacho, bajándola al máximo para una buena postura y tener sus pies sobre mí. Una toalla en mis piernas haciendo más vistoso mí marcado paquete por la postura y los tejanos. Levantó sus piernas dejándome que las mirase bien, demostrándome lo bien torneadas que las tenia, enseñándome algo mas del nacimiento de sus nalgas sobre unos muslos tremendamente excitantes, con un leve vello, mas bien pelusa, que hace que esas pieles juveniles se hagan mas jugosas. En vez de echar el aceite en mis manos se lo rocié en el empeine y planta de sus pies.
– está frío!!! – exclamó
– ahora hago que entren en calor – insinúe.
– Me voy a abrasar, tengo calor en el cuerpo – me miró a los ojos mordiéndose el labio inferior.
– Te hago el masaje- y ella sonrió pícaramente posando sus manos sobre su abdomen plano y terso bajo la camiseta.
Mis manos extendieron el aceite suavemente, con una leve presión friccionando contra su piel para calentar la superficie, mas de lo que se estaba caldeando el ambiente, al menos por mi parte. Mientras, admiraba desde mi posición, privilegiada, toda la longitud de tales columnas, macizas, inacabables para un mortal como yo.
Mis pulgares presionaban los puntos donde el pie se apoya más, hacia la parte delantera, sobretodo al saltar, entre los dedos y el puente. Ella puso sus ojos en blanco.
– puedes cerrar los ojos y relajarte – le invité.
– No, me gusta mirar, como a ti – se llevó un dedo a la boca.
Continué presionando, acariciando, marcando con mi pulgar y mis dedos. Estirando y pinzando cada uno de sus dedos, en ese momento suspiraba, su respiración se aceleró. Mi cama, su pelo extendido en ella, su piel morena-pálida, sus curvas. No puede evitar la arruga en sus pantaloncitos que producían sus labios. La mire a los ojos. Le hice unos movimientos en el tobillo, rotatorios, para los ligamentos. En un movimiento se subió la camiseta, yo mire penetrantemente esos ojazos grandes, por encima intentándola seducir, se humedeció los labios. Retraté sus caderas bajo esos pantalones-braguitas, y me introduje entre sus nalgas con mi sonrisa.
Respiraba fuertemente, colorada, melocotón, aroma juvenil, mis manos seguían haciéndole el amor a sus pies, ella disfrutaba.
Soy tu nuevo vecino, me alojo en el 4º . Desde aquí observo, saboreo, miro, me dejo llevar e intento sensualizarte. Este espacio de relatos eróticos tiene a veces un olor duro y bruto, otras con perfume, sabe a sensualidad y fantasías, pinceladas de vivencias y fantasías de este tu vecino.