Recién despierta en su cama, por la mañana, siempre sucede lo mismo. Cuando el cuerpo aún está tibio y esponjoso, calentito y seguro en ese útero de sábanas, cuando casi todos sus músculos están relajados, unas incontenibles ganas la invaden.
Su sexo se empeña en tensarse y ahuecarse, preparándose para una batalla que sabe perdida de antemano, ritual diario que termina con juego de dedos calientes hundidos en una sopa más caliente aún.
Laura recuerda que adoraba arrimarse a él, pegarse a él, fundir su calor con el calor de él. En realidad -piensa-, hace tanto tiempo de aquello, desde que su amor terminó, que es casi más un sueño que un recuerdo.
Recuerda -sueña- que salían de la bruma de la noche y con los ojos todavía cerrados se buscaban a tientas, sus pies hacia él, las manos de él hacia ella, su piel encontrándose a mitad de camino. Se fundían en un beso espeso, lento, perezoso.
Sus cuerpos salían lentamente del sueño a medida que la sangre iba despertando todos y cada uno de sus órganos. –Quiero comerme ese trocito de carne esponjosa- decía él a medida que iniciaba un descenso guiando con sus dedos el camino, como si no lo supiera de memoria. -Ponle lubri con sabor, que debe de saber a sexo usado- contestaba ella riendo. –Claro nena, recuerda que anoche fue lo último que usaste-.
Y Laura empezaba a vibrar. La lengua de Rubén marcaba un ritmo que la hacía subir y bajar, daba vueltas en círculo, pequeños golpecitos que llamaban a la sangre, como si aún hubiera alguna gota despistada que no supiera que en ese punto estaba concentrada la galaxia entera, y que un agujero negro y húmedo terminaría por sufrir allí mismo una tremenda implosión para luego explosionar brutalmente.
Él cambiaba el ritmo y los instrumentos con los que hacía sonar su música interna. Ahora alejaba su lengua y soplaba sobre su sexo ardiente, y ella sentía un escalofrío que erizaba la piel desde la nuca hasta los dedos de sus pies.
Luego sumergía los dedos en su lago salado. Primero uno, luego dos dedos hurgando y explorando todos los puntos femeninos, no solo el G, sino el alfabeto completo.
Y al mismo tiempo con los dedos de la otra mano Rubén tocaba su botón mágico; pellizcaba suavemente su clítoris, lo rozaba, lo acariciaba, pasaba de nuevo a jugar con su lengua, círculos de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, arriba y abajo, dentro, fuera…
A partir de un determinado momento Laura sentía que había sobrepasado el punto de no retorno. Notaba cómo su sexo engullía los dedos de él hacia su interior para estallar como un surtidor hacia el cielo un segundo más tarde.
-Ya… viene… me… corro- gemía ella. Y un cohete desde su interior se lanzaba hacía las estrellas. El universo se expandía y contraía infinitas veces.
Entonces él clavaba su falo duro como el diamante en ella. -Oh sí, nena, siento de maravilla tus contracciones, tan potentes que estrangulas mi sexo- decía excitado.
-No pares… No pares… No pares… Viene otro más- y así, en orgasmos sucesivos, Laura veía nacer estrellas a su alrededor.
-¿Quieres que te prepare un café?- preguntaba él después. –Sí, cariño, largo de leche con dos dedos de nata y bien espeso, para beber aquí y ahora. Yo misma me serviré- respondía ella riendo y guiñándole un ojo, y de esa forma Rubén comprendía que el juego comenzaba para él.